Nuestros pequeñ@s se encuentran inmersos en pleno periodo de egocentrismo, lo que les impide tener la capacidad de entender que no siempre podrán conseguir aquello que tanto desean. Su momento evolutivo no les permite ver más allá de ellos mismos.
Debemos ser conscientes de que su desarrollo madurativo es diferente al de los adultos, y por lo tanto, aún no están preparados para gestionar las emociones y los momentos de frustración del mismo modo que nosotros.
Esto no implica que no debamos decir ni hacer nada ante el enfado, las frustraciones o las rabietas de nuestros pequeñ@s, pero por supuesto, sin perder de vista la etapa en la que se encuentran.
A continuación, os mostramos ocho frases que debemos evitar decir y os ofrecemos también, algunas alternativas a ellas:
- Me da igual que te enfades
Esta falta de interés provocará que el niño se sienta más frustrado y poco comprendido, lo que seguramente aumente su enfado y su nivel de frustración. Es mejor optar por fórmulas en las que expliquemos que entendemos, cómo se siente, porque a veces también nos pasa a nosotros. Podemos además, preguntarle cómo le podemos ayudar.
2. ¡Deja de gritar/tirar juguetes!
Cuando un niño ha estallado y grita o tira cosas, no suele funcionar prohibirle que lo haga. En primer lugar, cuando le digamos que no lo haga es bastante posible que lo hagamos también elevando la voz, lo que sin duda no ayuda a relajar su enfado. No debemos dejar que lo tire todo, claro que no, pero podemos intentar recurrir a frases como “Cuando tiras tus juguetes/cosas al suelo entiendo que es porque ya no las necesitas o no las quieres, ¿es eso lo que te pasa? Los expertos aseguran que recurrir a este tipo de frases puede ayudar al niño a expresar o decir qué le pasa y por qué está enfadado. Intentar abrir una vía de diálogo es importante. Podemos probar también a pedirle que nos diga lo mismo, pero con su tono de voz normal, sin gritar, que eso nos ayudará a entenderle mejor y poder ayudarle
3. ¡Qué enfadica, siempre gruñendo!
Error, si atacamos al niño o nos burlamos de él con frases de este tipo solo conseguiremos que se frustre, se sienta incomprendido y se enfade aún más. Es preferible que tratemos de dar a los niños herramientas para poder gestionar poco a poco su rabia, por ejemplo: puede ser una buena opción o inventar con ellos algún grito o mantra guerrero para liberar tensiones cuando se sientan enfadados.
4. Los niños grandes no se enfadan por esas cosas
Es muy importante no menospreciar las emociones de los niños. Aquello que para nosotros puede parecer una tontería, para ellos puede suponer algo muy importante. Por lo tanto, es básico empatizar con sus sentimientos, y decirles que nosotros también nos sentimos de la misma manera muchas veces. Debemos ofrecerles nuestra ayuda y herramientas para solucionar el enfado
5. ¡Lo haces porque lo digo yo y punto!
En ocasiones pensamos que por ser adultos ellos tienen que acatar nuestras decisiones, “las cosas se hacen porque yo lo digo”. Debemos reflexionar sobre la necesidad de cumplir normas que comprendemos. Es necesario explicar por qué queremos que haga aquello que le pedimos y en función del momento evolutivo en el que se encuentren, es muy efectivo establecer juntos las reglas o normas de convivencia.
5. Como no me hagas caso ahora mismo…
Las amenazas a la hora de educar nunca son una buena opción. Sirven para infundir miedo y son contraproducentes. Aunque cueste, intentar argumentar o expresar nuestras razones para pedir que hagan algo es el mejor camino.
6. ¡Ni se te ocurra pegar, eh!
Está claro que debemos marcar límites a los niños. Vivir en sociedad implica seguir una serie de normas de convivencia, y por supuesto, la violencia nunca debe ser una opción. Cuando un niño hace daño a otra persona debemos preguntarle que cómo se siente él cuando otro niño te hace daño. Está acción ayuda a su formación, porque como hemos dicho anteriormente, en esta etapa madurativa los niños no tienen aún desarrollada la empatía.
7. ¡Eres muy malo y te portas fatal!
Ya sabemos que las etiquetas pueden hacer mucho daño a un niño. Si le repetimos constantemente que es malo y se porta mal, acabará creyendo que es así y que no puede comportarse o ser de otra manera.