El juego del lobo, es un juego infantil muy típico que comienza a aparecer entre los dos y tres años y que, tal y como dice Bernard Aucouturier (un referente en el estudio de la práctica psicomotriz) tiene su momento estrella entre los 3 y 4 años. ¿Quién no ha visto en el parque o el patio de un colegio jugar a los niños a este juego? Uno hace de lobo, otros se escapan. De los que escapan, unos buscan refugio, otros no necesitan refugio y provocan, y otros no aguantan la emoción y buscan una excusa para que nos les pillen: “no vale, me estaba colocando el zapato”. Lo juegan de maneras diferentes y si la cosa va bien van cambiando de roles, lo que es innegable es el gran placer y la emoción que encierra este juego.
Los psicomotricistas que se han formado en Práctica Psicomotriz Aucouturier, establecen que no se trata de un juego normal ya que tiene una especial importancia.¿ Qué nos viene a la cabeza cuando hablamos del lobo? Dientes, morder, comer… En definitiva nos vienen conceptos ligados a la oralidad. Estos aspectos de la oralidad son muy intensos durante los tres primeros años. Y en estos primeros años, en el 0-3, se resuelven cuestiones muy importantes que dejarán huella en la vida de una persona. Todo el proceso de apego y separación de las figuras de referencia y paso de la dependencia total a la autonomía. Todo lo que implica el proceso de alimentación, de incorporar al otro, y de echar fuera o alejar al otro. Todo esto de manera excesivamente resumida, pero nos sirve para darnos cuenta de la importancia de lo que sucede en estos primeros años. Además, no podemos ser ajenos a la intensidad de lo que aquí se juega, ya que son procesos de gran ambivalencia: te quiero cerca y después te quiero lejos, para ser yo necesito destruirte (entendido como alejarte).
Sabemos que una de las funciones del juego es reasegurar, y reasegurar no es lo mismo que asegurar. Asegurar es obtener la seguridad con el “objeto real”, ya sea mamá, papá o la persona que le calme, es decir, el niño se asegura en relación directa con un otro. Y reasegurar supone un despliegue de acciones por parte del niño que le permiten calmarse con algo que simboliza esa relación de seguridad. Por tanto, reasegurarse es tener mecanismos para reactualizar al otro en su ausencia y así revivir aspectos placenteros o de seguridad que en un momento ha vivido con ese otro. Por medio de los juegos de reaseguración profunda ( como el lobo) , y con un otro, bajo un fondo de placer, poco a poco el niño va descubriendo e incorporando recursos que le van a permitir reasegurarse por medio de la acción y del juego.
El juego es el mejor medio y quizás el único para que el niño exprese sus contenidos psíquicos que no son ni conscientes para él y que están vinculados a la ausencia del ser amado, están vinculados a la pérdida (miedo de perder al otro) y al reencuentro, a la aparición y a la desaparición”. Y como dice Aucouturier (2002), “el juego permite al niño, gracias al placer de la repetición, representar lo que ha vivido con los padres y que evoca aquello que ha sido placentero a nivel de cuerpo en las relaciones con el otro.”
Con estos juegos de identificación con el agresor, el niño puede desdramatizar lo bueno y lo malo de sí mismo y lo bueno y lo malo de los padres. Es un modo de empezar a jugar su propia agresividad (que la tiene) y de ir perdiendo miedo a su propia fuerza destructiva necesaria para alejar al otro (que surge del miedo, la rabia o la frustración) que vive como peligrosa porque siempre está el miedo a perder al otro.
Lo importante es que los niños puedan jugar estos juegos de identificación con el agresor con placer, es decir, a pesar de que hay miedo, es un grado de miedo asumible y pueden jugar ese miedo con placer. Es decir, tienen miedo y al mismo tiempo tienen placer de tener miedo. Jugar con el miedo satisface al niño porque le da la sensación de haber conseguido una hazaña, aunque sea con la imaginación; y eso alimenta su narcisismo. Suelen decir “no tengo miedo”.
Además jugando las situaciones “peligrosas” un niño se puede representar lo que le espera y anticiparse. Cualquier situación difícil resulta menos inquietante si está inscrita en un entorno seguro, con referencias fiables y posibilidades de anticipación.
Podemos ahora empezar a comprender que el placer de identificarse con el objeto temido es una etapa importante del desarrollo del niño que permite entender de otra manera estos juegos de identificación con el agresor.
Para finalizar, recordaros una premisa fundamental, cuando acompañamos este juego: en ningún caso el niño tiene que quedarse con miedo al lobo. Por tanto tenemos que estar atentos a esos indicadores de la expresividad motriz niño y tratar de ajustarnos, no a la edad, sino a la seguridad afectiva de los niños que tenemos delante.