Vamos a repasar cuatro conceptos muy sencillos que debéis conocer.
- El calzado ha de ser cómodo, flexible y el niño debe estar a gusto con él. Para ello debéis tomaros vuestro tiempo y probárselos. ¡Cuántas veces por las prisas no se los he probado a mis hijos y luego me ha tocado volver a la tienda! Deben probarse los dos, el izquierdo y el derecho, ya sabéis que puede haber variaciones mínimas de un pie a otro. El niño debe estar cómodo al caminar. Mete el dedo en la parte posterior del zapato, en el talón; conviene que entre sin problema.
- ¿Cómo sé si es flexible? Es muy fácil. Coge el zapato y dóblalo de tal manera que intentes juntar la puntera con el talón. Debe poder flexionarse sin problemas. Huye de todo aquel calzado que la suela sea tan dura que te impide hacer este movimiento, tal y como muestra en la foto (por muy bonito que fuera.

- La horma del zapato debe adaptarse al pie de cada niño. Los más pequeños tienen la planta mucho más ancha, lo habréis notado. Y muchos niños hasta los 2-3 años aún tienen el empeine gordito, como si fuesen bebés. Así que pruébale el zapato. Este ha de entrar a la primera, nada de forzar. Si no entra a la primera, no es el zapato adecuado.
- Busca un zapato que aporte la máxima transpirabilidad al pie, con ello evitaremos que sude el pie. Y para ello el calzado ha de ser de piel. No os aconsejo que compréis calzado con revestimiento de plástico, muchos de ellos los venden como “lavables”. El pie no transpirará y la sudoración en exceso aumentará el riesgo de presentar hongos, lo que más comúnmente llamamos “pie de atleta”. En las tiendas podemos encontrar zapatos lavables con 50% base de piel y 50% cubiertos de plástico, donde la composición indica que son piel, pero en realidad no lo son completamente por lo que no es lo más saludable para el pie.
- Y, por último, la punta tiene que estar reforzada. Parece mentira como algo tan sencillo hace que te duren los zapatos unos cuantos meses más.
(Articulo escrito por la Dra. Lucía Galán Bertrand. Pediatra y escritora).